La mano invisible, Isaac Rosa

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PARA TRABAJAR no hace falta estar vivo escribió André Breton en Nadja. Como epílogo a La mano invisible, el autor coloca un texto de José Luis Pardo perteneciente al ensayo Nunca fue tan hermosa la basura en el que, llegando a la misma deducción que Breton, además nos da la clave del cómo y el porqué de esta novela de Rosa.

Ciertamente, hay muchas narraciones que transcurren total o parcialmente en lugares de trabajo, pero lo que estas narraciones relatan es algo que ocurre entre los personajes al margen de su mera actividad laboral, y no esa actividad en cuanto tal, porque su brutalidad o su monotonía parecen señalar un límite a la narratividad (¿cómo contar algo allí donde no hay nadie, donde cada uno deja de ser alguien?)     -J.L.Pardo-

Conocemos entonces la intención del autor de primera mano porque él mismo ha tenido la ingenuidad o la valentía de admitírnosla. La pregunta inmediata a formular es si el resultado final, el libro acabado, se acomoda confortablemente en el espacio que predispuso la intención. La intención explicitada es narrar la mera actividad laboral en cuanto tal, eligiendo para ello trabajos monótonos y brutales.

Se agavillan unos cuantos oficios representativos de la menestralía contemporánea y se coloca un cuerpo en cada uno de ellos dentro de una vieja nave industrial, se encienden los focos y comienza el espectáculo. La puesta en escena es sobria y barata, confusa aunque creíble, el desarrollo y las conclusiones predecibles, pero todo el experimento, aun soslayando su empeño de verosimilitud paredaña al realismo-máximo, queda pervertido por la tentativa increíble de que un empresario o dueño de los medios de producción monte un tinglado gravoso sin obtener rédito alguno, una plusvalía mínima siquiera.

El carnicero destaza las bestias con saña y gusto de matarife vocacional, ciñe su vida al corpiño anatómico del tiempo productivo medido en cuartos, solomillos, costillares… Va al gimnasio y después a la academia para sacarse el graduado o la efepé, algo, apenas tiene tiempo de sobar a su novia antes de irse a cenar, ver la tele y echarse a dormir. Sueña con el matadero del que cree haberse escapado y su actitud frente a los demás compañeros es desdeñosa, chulesca, violenta e interesada. El albañil tira las hiladas rectas con los ojos cerrados, hace la masa como si fuera un druida que se cree portador de inefables secretos, está jodido de la espalda pero algo le han dicho de la ergonomía y ahora dobla bien las rodillas antes de coger la caldereta. El mecánico desmonta los coches pieza a pieza y lo hace con facilidad y placer, lo suyo es devoción, de chaval se imaginó el paraíso en forma de cadena de montaje de automóviles y ahí sigue, con la grasa en las manos y las tuercas en derredor como un cirujano industrioso. La teleoperadora sonríe y busca en el bolso otro ibuprofeno, la puta cabeza, termina una encuesta completa y calcula las que le faltan para llegar a lo estipulado. La costurera cose, la operaria monta cajas en cadena, el camarero sirve cafés y pasa una bayeta por la barra, la de la limpieza limpia, el informático informa… Se describen los pormenores de los oficios y se recrean las tareas tan eficazmente que no es difícil sentir cansancio mientras se lee, una fatiga insólita, no deportiva sino laboral, la corona grave de sal de la que hablaba el poeta.

El trabajo, efectivamente, siempre se ha presentado en las novelas como un escaparate, aquí se pretende traspasar el escaparate y colarse en la trastienda del obrero, meterse en los fondillos del mono, anudarse el delantal y cerrarse la bata hasta el cuello de los asalariados que trabajan con las manos. Se nos dice lo que se piensa cuando se trabaja, lo que hablan entre sí los que trabajan cuando no trabajan, lo que se desea cuando se trabaja y el camino personal que los llevó al desempeño de ese trabajo. Trabajar cansa y exaspera deducimos, no dignifica, duele, aliena y disminuye el ser. Se trata de cuantificar el esfuerzo, el sudor, las lumbalgias, las jaquecas y los madrugones, el tiempo de más engullido por el trabajo, sacar una magnitud mensurable, una equivalencia distinta al dinero y al precio del bien producido que nos dé información fiable de lo que vale el trabajo. Es por eso que se plantea la ilusoria realidad de deconstruir el trabajo, reducirlo a sus formas de expresión material, mecánicas, anatómicas, sin el aparejo del dinero como interlocutor.

A los obreros se les dan instrucciones cambiantes, se les aumenta el ritmo de producción y empiezan los conflictos entre ellos. Unos asienten y se someten a las nuevas instrucciones y otros dudan, rechazan y se rebelan. El carácter individual prevalece ante la fuerza de la corriente homogeneizadora del trabajo en algunos casos, aunque lo más común es la sumisión y la aceptación incondicional de las nuevas reglas.

La visión política del esfuerzo es el trabajo, y esta novela es una novela política, lo que no la hace mejor ni peor que una novela histórica, por ejemplo. Para el autor una novela política hay que escribirla como un tratado de filosofía política, y se aprecia un estilo austero y directo, sin artificios retóricos, no por ello exento de complejidad. Al contrario, el estilo sirve eficazmente a los fines narrativos de concisión y precisión, pero se trata de abultadísimos párrafos constituidos por largas oraciones coordinadas separadas por comas unas de otras, como si hubiera un correlato entre lo que se narra y la sintaxis utilizada para narrarlo, una presunta conciencia de clase entre oraciones y personajes.

Un hombre sudando para ganarse el pan es algo muy serio, poner público en unas gradas para contemplarlo como si fuera un espectáculo artístico o deportivo es una idea exótica y acertada para levantar la osatura de esta novela incómoda, necesaria y oportuna.

“Hay que humillar al hombre. Los peligros resultantes son mucho menores que los que suscita su arrogancia. Pero no se deben subestimar los peligros de la humillación.”    -E.M.Cioran-

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