Alabanza, Alberto Olmos

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EN EL CAMPO, ese horrible lugar donde los Pollos se pasean crudos (in memoriam)”, ha estacionado Olmos su última novela.

Ya no se hacen novelas agrarias porque todos vivimos en la Gran Vía, pero hubo un tiempo en que sí se hacían. Un escritor podía llegar a ser un gran escritor hablando de las perdices de Olmedo y las zuritas de Villanueva. Los jóvenes han preferido irse a nacer a las ciudades y se han llevado allí la literatura. Del campo hace ya demasiado que no crece nada vivo y volver a él, siquiera en las novelas, está mal visto. Abordar la ruralística es regresar a la gramática del Brocense se piensa. Lo moderno es opuesto de lo agropecuario y los libros no pueden volver a ser de adobe.

Se aprende más del curso de un río que de la geometría de un estanque, pero las novelas de ahora no son más que vida estancada. El curso libre y fluvial de la vida ha desaparecido de las novelas desde que se le dio la espalda al campo. De vez en cuando llega un bachiller y levanta una majada semántica agronómica o pseudoléxica y congrega unas cabras hozando un soto, pero aquello suena a falso y sin cuajo, tocado de oído y como a humo de pajas. Hay que haber pasado unas cuantas adolescencias cascándosela en la era y haberse rascado unas cuantas tiñas para escribir bien del campo, pues que no basta un veraneo en Cáceres, además hay que tener escritura.

Se sabe que esto es así, sin embargo, Alberto Olmos, acuciado tal vez por la motivación épica de prolongar una higiénica rebeldía, o por constituirse una individualidad distintiva, le sigue jodiendo la marrana al convencionalismo rampante y pegándole arcabuzazos a los principios rectores del comercio de la literatura y de otros comercios bien considerados. El del amor y sus expendedurías domésticas por ejemplo. Por eso, por indisciplina generacional, ha llevado Olmos su novela al trigo a esperar que el sol de Castilla se la panifique.

“No estoy enamorado de ti” abre la novela y abre también una herida en una pareja. El comienzo es audaz y no necesita prefacios. El autor abre un ojal en la narración y donde hay una abertura siempre hay alguien dispuesto a meter algo: la cabeza, un dedo, la polla, por ver o palpar lo que hay dentro. Aunque ya sepamos que el amor lo inventó un tipo como Don Draper (joder cuánto se fuma en Alabanza y lo varia que es la ceniza) para vender medias de cristal, está bien que se nos recuerde que uno puede joderse a la misma mujer con quien comparte domicilio desde hace diez, quince, veinte años, sin que sea necesario establecer por ello una confidencialidad o una intimidad sentimental exhaladora de histerismo.

Sebastian Bel y Claudia se vienen una canícula a Castilla, a sufrirla. Aquí, uno y otro, interiorizarán el paisaje y exteriorizarán el ser de modo contrario. Ella se adjudica una holganza expedicionaria y andariega, y él, literato, tratará de discernir el espacio anegándose de dolor y reflexión sin salir de casa. Ella se trueca en labriega y ameniza sus vacaciones oreando un huerto, aparta la ciudad de sí y deja asomar el alma labrantía que
lleva escondida, le espolea el paisaje y sus criaturas, todo le es foráneo. Dejad de respirar y que os respire la tierra parece decirse, le nace un entusiasmo cándido, escolar y femenino. Busca enigmas donde sólo hay decrepitud y postrimería. Ella, Claudia, es así, un poco fantasiosa.

Sebastian, machadiano, ya no reconoce el bíblico jardín, sabe lo de las llanuras bélicas, lo del águila, lo de la sombra errante, lo de Caín. Se ha venido a Castilla a escribir unos cuentos y a resucitar la literatura que le han dicho que ha muerto o que la ha matado él. Se siente muy dolido de la acusación y muy culpable. Hizo un libro por dinero y su recuerdo le atormenta. Nunca pensó que alguien pudiera molestarse tanto por un mal libro suyo. Los cuentos no le vienen o le vienen en la dirección equivocada. Escribir en la dirección equivocada es otra forma de prostitución. Prostituirse es escribir El código Da Vinci cuando hubieras podido hacer el Ulises o Corazón tan blanco. Tampoco sabe uno con certeza si la culpa es de la puta o del putero. En este caso la literatura no se ha muerto porque sí. No, al menos, porque quisiera algún Goytisolo que se muriera. Video killed the radio star y el interné se encargó de todo lo demás.

En el futuro inmediato en que se ubica la narración Bob Dylan ha sido galardonado con el Nobel, pero Sebastian Bel, como su apelativo apócrifo denuncia, donde de verdad le gusta Dylan es in the movies, porque un escritor que no es escritor no puede ganar un premio de escritores, es un contradiós. La literatura sin literatura en un mundo ágrafo sirve para desenvainar la sátira y ensartarla hasta los gavilanes en la misma cruz de la fauna literaria.

Mucha reflexión le dedica el personaje de Sebastian a la literatura mientras llega o no llega el momento de escribir sus cuentos. Un cómputo de amoríos y noviazgos ancestrales más o menos consumados presumiblemente intitulado Las amadas. No hay literatura que no se detenga un punto a inventariar lo follado.

Los momentos más lúcidos del libro, creo yo, los espigamos de esta veta de escritura relacionada con la escritura -la parte hidalga del libro-, que se trenza primorosamente con la biografía fragmentaria y elusiva de Sebastian produciendo un tornasol ambivalente de nostálgico desencanto por una juventud descerrajada y rural, y un berroqueño cinismo sobre la metalurgia de la literatura y sus celadas en la corte. La corte, aquel paraíso baldío.

Es, ya digo, en la reflexión, cuando la literatura de Olmos es más literatura y mejor novela. Nos llega más porque es más visceral (sorprende que, siendo esta su octava novela creo, aún conserve cierta rabia, o tal vez sea odio, hacia alguien o hacia sí mismo, no importa, en cualquier caso admirable y poderoso acicate), más sentida, y, por tanto, mucho más real toda esa gleba de abstracciones, presunciones, jactancias y veredictos (esto lo he leído de otro) casi verdaderos que nos afligen bastante más que la combustión espontánea de una parroquia que segrega viudas.

El relato lo hace una tercera persona memorial y glosadora que rastrea los pensamientos de los personajes y nos los transmite sintácticamente muy bien confeccionados, escogiendo distintas modulaciones según la gravedad y el énfasis que el pensamiento o la acción necesitan.

Esto de hacer una novela casi únicamente con pensamiento espanta mucho a los reseñistas y a los lectores hembra, ya que, puestos a hablar de ella, incapaces de destripar el argumento por falta de él, no les queda otra que arremeter contra el autor por espurios motivos ajenos al libro que se pretende comentar. Desglosar una a una, para después rebatirlas, todas las ideas expuestas en el libro, me parece arduo trabajo para llevarlo a cabo sólo por afición, sin cobrar o cobrando poco. Así pues, no creo equivocarme demasiado al pensar que, de todas las reseñas aparecidas de este libro muñidas por diletantes de pago y alamañacs cibernéticos, las más serán motivadas por la simpatía o la aversión que nos provoque la personalidad online del autor.

Pero esta novela tiene otra osatura, más corpulencia que la anterior del autor. No es únicamente una corpulencia deportiva o muscular destacable por su mayor número de hojas no, sino que al tener más caja, a la novela le caben también más cosas. Es una novela de más lenguaje a la que el novelista ha impuesto una estructura prensil, un corpiño prieto que sujeta bien los tres o cuatro estratos diferentes de razonamiento por los que quiere conducirnos. Alabanza está estratificada. Se advierten los cortes geológicos del pensamiento que la dispone. Insisto, no se trata de azarosas líneas divisorias, discrecionales, que separan un capítulo de otro, es un entente entre distintas formas de narrar que robustecen no sólo la historia, confiriéndola espesura y oficio, sino que advierten del óptimo punto de sazón de un gran escritor.

“Los paisajes y la naturaleza en general no son más que una huida fuera del tiempo. De ahí la sensación de que nada ha existido jamás cada vez que nos entregamos a ese sueño de la materia que es la naturaleza.” -E.M.Cioran-

 

 

6 comentarios en “Alabanza, Alberto Olmos

    1. michelstaedter Autor

      Un saludo Sara; el Google me ha venido a decir cosas de este tipo:

      Cortázar distinguía entre el lector hembra y el lector macho. El lector hembra frente al texto tiene una actitud acrítica, pasiva y se deja engatusar; mientras que el lector macho es crítico, activo y colabora con la lectura.

      El lector hembra lo describía como “el tipo que no quiere problemas sino soluciones, o falsos pro­blemas ajenos que le permitan sufrir cómodamente sentado en su sillón, sin comprometerse en el drama que también debería ser el suyo”.

      En el extremo opuesto de la misma cuerda, estaba el lector-cómplice, que definía como aquel que “puede llegar a ser copartícipe y copa­deciente de la experiencia por la que pasa el novelista, en el mismo momento y en la misma forma”.

      “Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me in­teresa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo”. -J. Cortázar-

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      1. Sara M. Bernard (@saramber)

        Gracias por la respuesta.

        Visionario Cortázar, nunca se me hubiera ocurrido que existiera otra cosa que lo catalogado como «lector macho». Sin esa actitud, no es lector, es alguien que se entretiene, pero no un «lector».

        Por cierto, acertadísima tipografía la de esta casa.

  1. fran

    Ya te tengo dicho que haces unas reseñas acojonantes, con un gusto y aún regusto por el verbo rayano con el vicio. Gracias.
    A Olmos le tengo leído que sólo se deberían escribir -publicar- novelas memorables… No quiero ser malo y me conformo con contar la anécdota de García Márquez, cuando, tras la publicación de ‘Cien años…’ y consiguiente glorificación, un taxista de su pueblo le reprochó:

    – ‘¿Por qué nunca me dijiste que eras García Márquez?’
    -‘Porque yo tampoco lo sabía’, le contestó

    Por eso, y por que uno juzga a los demás por lo que hicieron y a sí mismo por lo que tal vez haga en el futuro, que Olmos tiene derecho a escribir -publicar-.

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  2. Pingback: Alabanza, Alberto Olmos | la hora del lobo | Libréame

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