El temblor del héroe, Álvaro Pombo

LA TRAMA no engendra arte serio, y la mayoría de las novelas sin ella tampoco. Volvámonos entonces hacia la ventriloquía, a la dislexia sintáctica, parece decirnos el anciano con cara de búho y sotabarba degollada que firma el libro.

El temblor del héroe, empieza siendo el desconcierto de una jubilación mal llevada y termina con el cuerpo desventrado de un suculento efebo en las vías de Alonso Martínez. Entre medias, un narrador plenipotenciario y retozón obstinándose con distinta suerte en poner una voz nueva a cada uno de los cinco personajes que aparecen en el texto.

Román es el jubilado angular por el que pasa la novela, el héroe del temblor que se nos dice. Huesudo, rostro de hombre guapo y canoso, delgado como un ángel que en su día fue cobrizo y moreno, casi agitanado, alto y distinguido, con un aire olímpico, claramente preconstitucional también. Atrás quedaron sus clases de filosofía y ahora, soledad sonora, escucha el paso del tiempo inane rizándose intimidatoriamente como una gigantesca ola entorno suyo, amenazando con ahogarlo. A su consuelo acudirán Eugenio y Elena, matrimonio de médicos traumatólogos ( que se absorbe en el horrible dolor concreto de la osamenta de los seres humanos), antiguos alumnos de Román, impregnados un día por el fervor pedagógico y la pasión del viejo profesor ahora extinguidos (Elena y yo somos hechura tuya Román). A ellos se unirá el joven Héctor, joven periodista confuso que querrá entrevistarlo para una revista digital sobre celebridades menores desactualizadas, y que regurgita un pasado oscuro de orfandad remediado por el apego a su violador, un personaje parasitario, clérigo fanfarrón y pederasta llamado Bernardo. Héctor, rápidamente establecerá una relación de amistosa complicidad y cercanía con Román.

El Román jubilado se fragiliza y disminuye al perder su relación con la enseñanza, su razón de ser. Pierde el furor heroico que decía Giordano Bruno, aludiendo a ese ímpetu racional que exalta y diviniza al hombre conduciéndolo a Dios. Ahora, viejo e inmovilizado por el tiempo, burdo tiempo democrático y sin héroes, pasea furtivamente con Elena por El Campo del Moro avivando un devaneo casto, platónico, simbólico y culpable, aguzado de lírica escolástica y jerigonza metafísica. Amor y pedagogía entonces del viejo profesor, justo y sabio, que le sirvió a mucha gente joven para conducir sus destinos individuales.

Y sin sobresaltos apenas, entre conversaciones abstractas, cultivadas, ramoneando citas que constituyen un relleno o un forraje entre sucesivas ocurrencias narrativas, de Sloterdijk a Hayek volviendo por Santo Tomás o así, la prosa se va poniendo regordía y espesa como un cuajarón atorado.

Siendo tú, tan como eres, terapéutica, mismamente yo necesito una terapia ahora.

Te torturas porque, por más que le des, no puedes darle el absoluto.

¿Te acuerdas de cómo es correrse, Elena? Tan inferior y tan final, al fin y al cabo.

Conjuntillo de personajes enganchados por mecanismos deseantes que se frustran en un querer y no poder continuo azuzado por el sentimiento de culpa y exhortaciones a la pureza que hieden a sotana e incienso medieval.

Cuando Himmler animaba a sus oficiales de las SS a ser sobrehumanamente inhumanos por el bien de Alemania, estaba borrando lo que tiene de delito el genocidio, en nombre de una ideología que llamaremos, por abreviar, el amor a la patria.

Uno no puede evitar elegir el objeto dado: la libertad es una necesidad conocida.

 Era muy dulce ser amado, Román.

Cabe diferenciar entiendo yo, el hallazgo expresivo y luminoso, necesario y valiente, y más o menos inspirado, de la sonrojante tontuna y la escolanía cursi, tarabilla y vocinglera, con que el narrador pretende sorprender en cada estructura morfosintáctica al atónito lector. Tal es así, que, de entre los numerosos desvíos cultos, arcaísmos o formas desusadas, aparecen en voluntaria contraposición registros que uno no acierta a encasillar entre la farfolla cheli o la retórica cheyenne del maestro Yoda.

Pedantesca y verbosa sobreabundancia demodé no obstante, con evidente trasunto sexual identitario contrito con que los académicos de corte y confección se solazan y acumulan méritos de jóvenes promesas.

«Cada día nos haría falta honrar a alguien, criatura u objeto, renunciando a él».    -E.M. Cioran-

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