El vano ayer, Isaac Rosa

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¿CUÁNTAS DIFERENCIAS tonales destacables entre el encarnao, el rosáceo, el corinto, el púrpura de Tiro, el rojillo y el rojazo, distingue un carnicero en los sótanos de la dirección general de seguridad de Puerta del Sol a la luz escasa de un tísico fluorescente? Todo dependerá del número de hostias y del tiempo de que disponga. La física son habas contadas que decía uno, y las longitudes de onda del espectro de luz electromagnético que un madero de la político social puede percibir con sus gafapasta emanando de un cuerpo luminiscente  ardorosamente entregado a la lucha clandestina tienen gran variedad de matices hasta llegar al colorao que se busca con insistencia.

Se termina viendo lo que se quiere ver y no otra cosa. Y si en lugar de lo que queremos ver aparece otra cosa basta con mirar hacia otro lado.

La militancia no son sólo unas barbas talares, un cagondios, y el ciclostil gruñendo sobre la mesa de una singer en un tabuco de Entrevías. Hay militancias discretas de traje gris bajo el loden con roderas de grasa, nombres vernáculos, y la familia bien a dios gracias  a los que también hay que represaliar de vez en vez, como es el caso que nos ocupa.

Julio Denis parece la clase de persona que en una película sobre su vida privada se dejaría arrebatar el papel protagonista por cualquiera cayendo hasta actor de reparto o menos todavía, un figurante sin frase. Un tipo que deambula entre la discreción y la invisibilidad por los pasillos de la universidad y la vida, cabeza gacha, termo de café bajo el brazo y bocadillo de verdel en escabeche. Arrastrando esa fama de hombre sombra que rápidamente adquieren los inadaptados y  tanto rechazo suscita en todos los demás. Un carácter que su valía académica y sus furtivas miradas a las inaccesibles gachís no pueden soslayar, y por el cual nadie estaría dispuesto a mover un dedo para ayudarle, menos aún en tiempos de tormenta.

El probo ciudadano cero  escribe novelas de kiosco a tanto la línea para redondear el jornal, en ellas aparecen ciudades exóticas y playas de color azafrán, jodibles y perversas mujeres, y astutos detectives. Un día viene la pasma haciéndole una oferta que no podrá rechazar y amanecerá en París con aguacero y adiós a la vida tal como la había conocido hasta entonces. Un anónimo más al que nadie echará en falta. Pero llega Isaac y nos trocea la historia y después baraja los cachos y las voces, que son de muchos y muy distintos registros, dándole perspectica ahistórica e informalismo documental para evitar solemnidades y lugares comunes, siendo además un medio eficaz para reforzar la voz y las convicciones del autor. Destaca la sinceridad con la que declara sus intenciones antes de cada texto, algo inusual en el patio de Monipodio de plumillas pubecestentes y penenes, donde hasta el más tonto cree hacer bien guardándose la puta de oros en la manga para llevarse las diez de últimas. Rosa, enseña sus cartas desde el principio para que nadie se llame a engaño o se cree falsas expectativas, poniendo sus cartas boca arriba nos dice que no va de farol, pero que no renunciará a guindarte el juego con treinta y tres siendo postre. Te dice que las cosas fueron de tal manera, que está convencido de que fueron así y no de otra forma, no obstante te deja oír otras versiones que él y nosotros sabemos que son falsas. Vistosa estructura para un tema muy sobado.

“Un libro sólo es fecundo y duradero, si se presta a varias interpretaciones diferentes. Las obras que se pueden definir son esencialmente perecederas. Una obra vive por los malentendidos que suscita.”    -E.M.Cioran-

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