El animal moribundo, Philip Roth

Consume my heart away; sick with desire
And fastened to a dying animal
It knows not what it is; and gather me
Into the artifice of eternity.

Esto es: Consumid mi corazón; enfermo de deseo y amarrado a un animal moribundo que no sabe lo que es; y hacedme parte de la ilusión de la eternidad.

Los versos de W.B.Yeats titulan y dan razón de ser al apólogo construido por el viejo Roth, confiriéndolo un cariz más parenético que narrativo. Obviando la enseñanza moral, que no la tiene, el breve relato se parece mucho a una exaltada fábula didáctica de senectud con ardientes premisas sobre el deseo sexual, el egoísmo y los celos, festoneada de tintura trágica.

El profesor David Kepesh se confiesa ante un interlocutor desconocido, desentrañando los centros neurálgicos de su vida, sus temores, su trabajo, sus relaciones familiares, sus pasiones musicales, su avidez carnal por las jovencitas, y, sobre todo, su patológica obsesión por una antigua alumna de origen cubano llamada Catalina Castillo, con la que vivió una intensa y descarnada relación amorosa que le marcó definitivamente.

Roth amasa nuevamente el cliché del viejo esteta y diletante, solitario, cínico, descreído y triunfador social, que además de su incuestionable prestigio académico y como crítico televisivo y radiofónico, sigue despertando un insospechado interés entre las mujeres, preferentemente alumnas jóvenes, que lo ven como una especie de maestrillo espiritual, un cultureta interesante, o un cachondo Pigmalion con el que experimentar sensaciones y olores nuevos a pesar de su provecta edad.

Kepesh “educa” a sus niñas, las orienta por los embauques de la cultura y el falso espejeo del arte, haciéndolas tomar el sendero correcto de resplandecientes baldosas amarillas que conduce hasta su alcoba, y una vez allí, entre manuscritos autógrafos de Kafka, anaqueles repletos y sonatas de Mozart, Haydn, Schumann, Schubert y más, muchos más, pues se las jode, se las jode con la virilidad añosa de un viejo verde que cree ganarle tiempo a la muerte en su patética representación.

La carne mancillada, ultrajada por el tiempo, se desquita y consuela junto a cuerpos jóvenes. La redención a través del deseo, y la consecución del pírrico triunfo mediante el orgasmo, sensual o pornográfico, tanto da.

Pero Catalina Castillo, la joven de los pechos perfectos, redondos e ingrávidos, y el pubis lacio, escaso y moreno, como de oriental, le pondrá las peras al cuarto al viejo sátiro, sumergiéndole en una irrefrenable y dolorosa pasión donde el follar voluntarioso y amateur de ella, y el atrevido y audaz de él, apenas compensará la mortificante lepra de los celos, la quemazón de la incertidumbre, la inseguridad angustiosa de no ser el único elegido.

Tanto es así que el viejo Sileno, incapaz de dominarse y ante el temor de perderla, para demostrar su abnegación más absoluta, se verá impelido como un animal moribundo, a arrodillarse una noche ante ella, herida de fertilidad, y saciar su sed en la sórdida comunión de beber la sangre menstrual manando muslos abajo. El encuentro eucarístico, con más connotaciones atávicas y etnográficas que pornográficas, será la demostración sublime de hasta dónde la magnitud del amor, nadar sabe mi llama la agua fría, y la indefensión del amante frente al ser amado. La vampirización como recurso y persuasión es válido, pero si el acto de sumisión es insuficiente, ¿qué más estaríamos dispuestos a hacer? La respuesta es del amigo poeta de Kepesh.

Yo diría, Dave, que eso constituye el abandono de una posición crítica. Adórame, te dice, adora el misterio de la diosa sangrante, y lo haces. No te detienes ante nada. Lames su sangre, la consumes, la digieres. Es ella quien te penetra. ¿Qué vendría luego, David? ¿Un vaso de su orina?¿Cuánto tiempo pasaría hasta antes de que le pidieras sus heces? No estoy en contra de ello porque sea antihigiénico. No estoy en contra de ello porque sea repugnante. Estoy en contra de ello porque eso significa enamorarte. La única obsesión que todo el mundo desea: “amor”. ¿La gente cree que al enamorarse se completa? Yo no lo creo así. Creo que estás completo antes de empezar. Y el amor te fractura.

 

Kepesh narra en primera persona la relación con Catalina, que tuvo lugar hace ocho años. Lo hace con el habitual estilo Roth, frase larga y desmañada como si tuviera mucha prisa por decirlo todo y decirlo a la vez. Tras la ruptura apenas volvió a tener noticias de ella, hasta el día de fin de año de 1999. Ella llegará estremecida y con un sombrero. Está sola, abatida, tiene cáncer y no sabe a quién acudir. Consuelo le recuerda lo mucho que le gustaban sus pechos, quiere que vuelva a tocárselos, a fotografiárselos, sentirse deseada antes de que la operen. Él la anima, le infunde esperanza, le garantiza su apoyo, su compañía, juntos ven entrar el nuevo año, no follan, después se despide. Le promete una llamada. Él está ansioso, la ama, la ha amado siempre, sabe que fue su destrucción y que es posible que vuelva a serlo. Con ella violó la ley de la distancia estética, abandonó la posición crítica. Se involucró. Y ahora, ¿qué debe hacer?

 

…vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol,vi una quinta de Adrogué,…

La amplitud de miras de Roth es más limitada que la de Borges. Mientras el primero descubre el mundo y lo simplifica asomándose a la bisectriz del ángulo inguinal de sus alumnas, el segundo es un voyeur que lo ve todo a través del Aleph y lo dice enumerándolo, excepto cuando sale un coño y  guiña el ojo. El cáncer en el pecho sí que lo vieron los dos desgraciadamente.

“En cuanto se entrega uno a una pasión, noble o sórdida poco importa, se está seguro de ir de tormento en tormento. Inclusive la capacidad de experimentarlos prueba que se está predestinado a sufrir. Sólo se ama porque, inconscientemente, se ha renunciado a la dicha.”     -E.M.Cioran-

 

 

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